Esas enredaderas que se extienden
por una fachada. El dibujo que forma una placa de hielo cuando se resquebraja.
Las piezas de dominó conectadas para poder dibujar su particular mosaico. Siento
que el 2018 tuvo esos mismos efectos, se extendió a muchos rincones de la vida,
dándoles luz.
La belleza de esos dibujos es la misma que los efectos provocados
por ese año que nos ha dejado. El sol ha entrado de lleno en el 2019, noto la
luz encendida, creo que ha cumplido bien lo que le pedí: que hiciera bien el
relevo.
Estos últimos días los hemos
pasado en La Puebla de Don Fadrique, en Granada. La otra noche debatíamos entre
amigos dónde estaba la Villa de Fadrique. Acertó Ángel que, muy seguro, dijo: Toledo. Conocer pinceladas de
la historia de los pueblos donde estoy o por donde paso me fascina.
La reunión fue
en el bar de moda del pueblo, La Bolteruela, que lleva el nombre de un antiguo
caserío de la zona. Las aldeas de Bugéjar, Lóbrega, Toscana o incluso, algo más
lejano, Canal de San Clemente, guardan un misterio que embelesa a los forasteros como yo, son lugares que me gusta visitar. Donde no se escucha nada más que el viento. El
otro día pasamos por el Puente de las Ánimas. ¿No os parecen todos los nombres
encantadores?
Uno de esas pequeñas poblaciones
se llamaba Duda. A punto de acabarse el año, sin saber qué nos deparará el
siguiente, me resultó paradójico encontrarnos con aquel cartel pero, como he
leído estos días, si de todas formas el nuevo año hará lo que le dé la gana,
para qué preocuparnos con antelación. ¿Para qué pre sufrir?, como comentaba el
otro día un amigo.
Deseo que el 2019 siga regalándome
instantes de esos que se lleva la marea para luego volver a acariciar mis pies
en esos paseos por la playa. Aún me queda cumplir algunos caprichos terrenales
y romper con ciertos miedos.
Cuando pienso en el final de una
etapa siempre recuerdo una noche fría de San Juan en la playa, y a mi tía arrojando
al fuego su rebeca. Se la quitó como si le quemase en la piel. Al principio
pensé que era una chiquillada o locura transitoria, hasta que me fijé en su
mirada. Era la de alguien que acababa de soltar lastre y que lo había decidido
allí mismo, bajo la presión de una necesidad brutal. Al segundo, de la prenda
ya no quedaba nada, y a pesar del frío ella siguió en llamas.
Quizá exista un pódium de las mejores experiencias.
Esas que colocarías en la vitrina de los recuerdos de cada año. Gracias 2018 por
enseñarme.
Que sienta muy
bien volver donde has sido feliz. Que aún quedan cosas allí por descubrir. Que hay
muchas maneras de vivir un lugar, aunque se haya visitado cientos de veces.
Que es posible
trabajar en lo que te gusta y necesario recordar que debes apostar por ti misma. Nunca olvidaré el 24 y 26 de diciembre
porque pude decir eso de “Se lo contamos aquí, en Andalucía Directo”.
Que retomar la
afición que te enriquece como persona es necesario. Pinta, escribe, aprende a
tocar un instrumento. Existen pasiones
para las que es vital y saludable sacar tiempo. Con los talleres de
escritura creativa quité telarañas que no quiero que vuelvan a formarse. Limpia
todo aquello que mantenías escondido.
Que es aún más
mágico leer aquellos libros que suman experiencias a la época que estés viviendo,
como toparte por fin con esa fragancia que te reconcilia con los poros de tu
piel.
Cuando algo no quieres que se
acabe y está en tu mano hacer que, de alguna manera, continúe, en realidad es
fácil. Las escusas o escudos en realidad se ríen de ti. Y cuando te libras de
ellos, te conviertes en un pájaro que puede poco a poco ir escalando con sus
ágiles patitas las ramas de esa enredadera de momentos que han ido construyendo
el hogar de tu felicidad.
Las aves se paran a contemplar la panorámica. Se agarran
a una rama, en calma, a disfrutar. Y continúan, entre picoteos, su camino rama a rama. En cada vuelo y destino siempre
miran hacia adelante. Seamos aves y volemos. Construyamos nuestra enredadera.
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