Jueves 4 de Diciembre:
Aunque las luces brillen en la
fría noche o vea a las dependientes afanándose en los adornos de columnas y
techos en los grandes centros comerciales, todo es inútil para convencerme. El único
responsable de hacerme creer que ha llegado la Navidad es mi tito Juan. Y es
que la certeza de que ha llegado el tiempo de polvorones y panderetas, de
reencuentros y cenas en familia al abrazo del abeto dorado, solo llega a mi
casa cuando mi tito Juan le regala a mi madre el siempre tradicional pascuero. Un
símbolo navideño que siempre me ha parecido precioso. El nuestro es grande,
rojo y frondoso, la verdad es que tiene muy buen ojo para escogerlo ¿a que sí?.
El tiesto, vacío el resto del año,
que preside la escalera de la entrada es siempre el elegido para ponerlo. Solitario
y con el tamaño ideal para esta planta tan bonita, parece esperar ansioso los
meses y meses hasta su llegada, para dejar de ser un mero adorno y lucir
esplendoroso llenando de luz toda la casa. Y es en ese momento, en el que ya sí
que me entran ganas de bajar al trastero en busca del árbol de Navidad. Y
mientras que lo voy montando pieza a pieza me van surgiendo las palabras que
quiero transmitiros desde este pequeño espacio, un lugar que con tanto cariño
cada uno de vosotros leéis dándole mucho más sentido del que nunca hubiera
esperado. Aprovecho para desearos a todos unas felices fiestas y que encontréis
siempre alguna razón para celebrar estos días con alegría.
Pues esta mañana ése ha sido mi
cometido. No me quería ir de puente sin dejar listo el abeto y, en cuanto he
visto llegar a mi madre con el regalo de mi tito Juan, lo he tenido claro y me
he ido derechita a por el árbol para montarlo. El pascuero llegó a casa con mensaje, con uno de esos en los que sobran las palabras. Gracias tito por regalarnos Navidad.
Lunes 8 de Diciembre:
Me fui de puente contándoos qué
fue lo que me motivó el jueves pasado a poner el árbol y sentir que la
Navidad ya está aquí. Y vuelvo después de unos días de reencuentros, descanso y
de vuelta de aquella ciudad que me enamoró este verano, Madrid.
En un viaje exprés o visita corta a una ciudad, lo mejor es que alguien que conoces te recomiende lugares especiales que descubrir. Eso nos pasó a nosotros en Madrid durante aquel puente antes de Navidad en el que fuimos a desayunar a El azul, en la calle de Fúcar en el barrio de las Letras. Repleto de estanterías de libros, con coquetas mesas de madera, lámparas de pie y espejos de mimbre. Quedamos encantados con el trato, y con el café y las tostadas riquísimas que nos sirvieron. Repetimos al día siguiente, y Ricardo me tomó una instantánea desprevenida, mientras miraba por la ventana a una pareja que, de repente, se paró en seco y, muy lentamente como estudiando cada gesto, se dió un beso, igual que en las películas. Si hubiera visto una cámara rodando en mitad de la calle no me hubiera sorprendido.
Y, más tarde, sorteando a tanta y tanta gente que decidió visitar Madrid igual que nosotros, y soportando el frío de la capital, nos reencontramos con Tati, mi compañera del taller de presentadores. Al mediodía nos tomamos el tradicional bocata de calamares en la Plaza Mayor, riquísimo. Después, caminando, en Tirso de Molina dimos con este mercadillo navideño donde quisimos inmortalizar este instante juntas.
Y es en estos días cuando, al
pasármelo tan bien, he empezado a asemejar la vida a una canción. Cuando nos gusta mucho una, pero aún no nos sabemos la letra, la tarareamos una y otra vez,
equivocándonos constantemente, hasta que al final nos la aprendemos y, lo mejor
de todo, podemos cantarla en el coche o durante tareas cotidianas como tender la ropa. O en esos arrebatos
en los que nos apetece mucho gritar algo a los cuatro vientos.
Al igual que pasa con la letra de las canciones, en
la vida aprendemos a base de equivocaciones, solo que, algunas veces dejamos
que otras cosas nos aleje de la melodía. La música, los fuegos artificiales, el
hormigueo en el estómago…todo eso es lo que provoca la música que nos gusta, el
amor, la amistad... También sientes todo eso cuando has sido valiente y has
tomado una decisión fiel a tus deseos. Es la felicidad que llega justo después de haber vencido algún miedo. El resultado en una explosión de
sentimientos que te dan la certeza de que has avanzado para ser feliz. Es
cantar tu canción favorita bajo la ducha justo antes de salir con tus amigos,
esa melodía que surge al acariciar a tu perro o abrazar a tu sobrino. Volver a un lugar donde has vivido grandes momentos, sonreír junto a esa persona tan importante para tí, o abrazar de nuevo a esa amiga a la que hacía mucho que no veías...todo eso es la Navidad, una época idónea (como cualquier otra) para tener la excusa de cumplir deseos.
Feliz semana y feliz Navidad.
:)
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