Una cosa es la forma en que
nosotros nos vemos y, otra bien distinta, es la forma en que nos ven los demás.
El que se burlen de ti y el que hablen sobre ti, fabulen, mientan, opinen o
comenten es algo inevitable y todo eso nos afecta de distinta manera a cada uno
de nosotros.
Envidio a aquellos que presumen
de que les trae al pairo lo que digan de ellos. Sin duda, es para presumir. Con
el paso del tiempo y a base de experiencias, he conseguido aproximarme a esa
manera de pensar, pero se me antoja un camino lento, aunque productivo, que se
basa en obtener más confianza en ti misma y en tener más claro qué quieres ser
y cómo conseguirlo.
En cualquier caso, el haberte
encontrado, durante tu vida, con personas que se dedican a criticar a los demás
y a reírse del que tienen al lado, simplemente porque les divierte verte
expuesta a posibles burlas y juicios de valor (qué más les da si son infundados),
no deja de ser un cúmulo de experiencias que van marcando tu piel de heridas
que cicatrizan con los años y fortalecen tu autoestima. Los veo como
aprendizajes que forjan tu ser al completo con el paso del tiempo. Para mí, lo
que los demás dicen sobre otras personas y el modo de comportarse con ellas,
para bien o para mal, son los regalos que nos envía la vida para darnos la
posibilidad de poder hacernos más fuertes y entender que en el mundo tiene que
haber de todo para que tú escojas el camino que mejor vaya con tu forma de ser.
Si sabes apreciar lo bueno, éste al final se convertirá en el reflejo de lo que
quieres alcanzar. Lo malo, si decides sacarlo de tu vida, se quedará aparcado en
forma de vivencias que te ayudaron a salir adelante.
Todas estas reflexiones vienen
por un simple pintalabios. Todo empezó la semana pasada. Estaba lloviendo y ese
día me pinté los labios de rojo. Siempre he visto muy monas a las chicas con ese
color, pero nunca me he atrevido a comprarme ninguno. Al final, un día pruebas,
te gusta, y el cuerpo te pide hacerte con uno para ciertas ocasiones en las que
te apetece, y aquella fue una de esas veces. Nunca imaginé que esa tontería
despertaría tantas opiniones, comentarios y reacciones encontradas.
En cuanto pisé la puerta del
almacén de manipulado en el que trabajo, llegaron las opiniones, dejándome un
tanto sorprendida por una simpleza que algunos convierten en compleja. Un par
de compañeras exclamaban cuánto me había pintado (solo llevaba los labios rojos
y algo de colorete). Muchas me decían que estaba muy guapa, algo que se
agradece, la verdad sea dicha. Otras simplemente se quedaban mirándome. Pero es
que, y ahí está la cuestión, hubo un compañero que me dijo, con cara de estar
viendo a un monstruo, que qué me había hecho en la cara, que estaba muy rara. En
fin, los dos días siguientes volví a pintármelos porque me apetecía, la opinión
de los demás ya hace tiempo que dejaron de afectarme tanto (en mi trabajo
actual o no te afectan o acabas hundida por patochadas).
Entenderéis a lo que me refiero cuando
os cuente una anécdota que sucedió cuando estaba en el instituto. Era un día
normal de clase. Me apetecía recogerme el pelo pero no tenía goma, así que
utilicé un lápiz para hacerme una especie de moño. Al rato, el típico “gracioso”
de clase (en todas siempre hay alguno) no paraba de preguntarme si tenía una
goma de borrar. Se estaba riendo todo el tiempo de esa estupidez, del simple
hecho de que llevara un lápiz en la cabeza. Al final yo hice lo peor que se puede
hacer ante eso, porque acabé quitándome el lápiz para que se callara.
La guinda
a aquel momento, en el que me sentí la más absurda del universo por hacer caso
de él, la puso otro chico que precisamente pertenecía a la misma pandilla del
primero. Me preguntó, - Y, ¿para qué te lo quitas?. Me sentí idiota al
instante. Cedí a la broma y dejé que ese chico condicionara mi forma de ser y
de hacer las cosas. Me traicioné a mí misma con la sola intención de acabar con
lo que yo creía que era un “problema” cuando en realidad éste solo llegó en el
momento en que me quité el lápiz de la cabeza. Ya no me ha vuelto a suceder.
Por eso los días siguientes a ese pintalabios me dije a mi misma, “no te gusta
ser el centro de las miradas, pero si dejas de ponerte el pintalabios con el
que te ves bien ante el espejo y el que te apetece ponerte, simplemente por no
causar reacciones ante los demás o para que no te miren, estarás condicionando
lo que quieres hacer por el qué dirán y te dejarás llevar por lo que dicen los
demás”.
Lo que os cuento son simples
tonterías al lado de problemas de gran calado social muy graves como los casos
de Bullyng o acoso escolar, que por desgracia siguen ocurriendo. Pero estas
anécdotas, en cualquier otro caso, pueden ser el principio de comportamientos
más graves y pueden atacar a personas que psicológicamente pueden verse
gravemente afectadas porque, como ya he dicho al principio, a cada uno nos
afectan las cosas de una manera distinta. Todos hemos juzgado alguna vez a los
demás por cosas tan superficiales como su aspecto, y últimamente no paro de
pensar en lo injusto que resulta y en lo poco humanos que nos convierte ese
tipo de comportamientos.
Hace poco vi de nuevo la película
Nunca me han besado. Habla de lo crueles que pueden llegar a ser las
personas con los que son más frágiles o inocentes. La protagonista se estrena
como reportera para el periódico donde trabaja y tiene que infiltrarse como
estudiante en el instituto donde vivió en el pasado grandes momentos de burlas
por parte de sus compañeros. Al final logra el éxito entre la pandilla
"líder" sólo porque la relacionan con otra persona a la que
consideran “guay”.
A lo largo de nuestra vida nos
topamos con dos tipos de personas que marcan quienes somos. Las que intentaron
hacerte daño, sin saber que lo que hacían era hacerte más fuerte, y otras, las
más importantes, que son las que llenan tus días y diseñan el espejo en el que
deseas mirarte el resto de tu vida.
Cada día, al despertar, vemos
nuestro reflejo ante el espejo y vamos viendo a una persona cada vez más madura, más sabia, más dueña de sus
actos y pensamientos. Y cuando estoy cerca de buenas personas, me doy cuenta
que son el espejo en el que quiero mirarme por siempre. Por eso siempre
valoramos tanto a la gente que nos invita a convertirnos en mejores, en el
fondo estamos tirando a la basura aquellos malos momentos que nos enseñaron
tanto y que nos recuerdan qué tipo de persona no queremos ser y, sencillamente, cómo queremos educar a nuestros hijos
para que no dañen a los demás.
Al entrar en el trabajo siempre dirijo
un saludo a los compañeros que me cruzo por el camino, a sabiendas que sólo unas pocas personas me lo
devolverán. Al principio me preguntaba por qué malgastaba el tiempo, hasta que he
conseguido que esas reacciones no borren mi sonrisa. Al final sé que con esas
pocas personas que me devuelven simpatía puedo ir al fin del mundo.
P.D: Cuando ya creíamos que el anuncio de la
Lotería de este año era maravilloso, va y resulta que existe una primera parte
de esa historia que ahora están empezando a emitir por televisión y que es
igual de bonita o más. El amigo no le había guardado el décimo cuando ya había
resultado ganador, se lo había guardado sin saber que lo sería y la ilusión de
ayudar a su amigo hizo posible el milagro. La
historia del anuncio habla de realizar buenas acciones por los que queremos y
por las buenas personas. De pequeños
gestos que son grandes. Porque aunque no existiera premio, ese hombre tendría
el regalo de tener a un amigo que comparte con él sus sueños e ilusiones.
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