A lo largo de este verano no he
dejado de pensar en el confinamiento de meses atrás. He vivido
experiencias, nuevas o no, y las he sentido casi como si fuese la primera vez
que las vivía. Ha sido un verano diferente, con aforo limitado, convivencia reducida, cambiando nuestra forma de relacionarnos,
pero no puedo remediar sonreír y dar gracias por todo lo vivido ahora que septiembre
nos pide que confiemos en el tiempo y en la cura para este
nuevo curso.
Hemos aprendido que, escapando de
la multitud, se pueden encontrar rincones seguros, preciosos y enriquecedores. Que
lo que está cerca, antes no queríamos verlo, y que el mero
hecho de, por fin, IR hasta allí se ha convertido en el mejor recuerdo. Hablo de planes
como visitar ese pueblo del que decíamos: “está muy cerca de aquí,
siempre podemos ir. Bah, otro día vamos”. Y ese momento nunca llegaba. Aprendimos
la diferencia entre posponer algo y no esperar ni un
segundo más en llevarlo a cabo. Que el AHORA y la improvisación se dan la mano y
se pueden cumplir los pequeños sueños que ansiábamos desde hacía tiempo.
Cuántas veces, observando la bicicleta
de mi infancia colgada en la pared del garaje, he recordado las interminables
horas paseando con ella cuando era niña. Siempre la he querido arreglar, pero allí sigue. Ahora agradezco ese instante en que,
en el pueblo de Ricardo conseguí vencer los miedos y me lancé después de tanto
tiempo a aquella carretera preciosa sin importarme el viento que amenazaba la
estabilidad del manillar. “Aquí tenéis las llaves del candado para que cojáis
la bici cuando queréis”, nos había dicho mi cuñada días antes. Y menudas
agujetas los dos días siguientes. Benditas ellas, alojadas en mis cuádriceps
para recordarme lo bien que me lo había pasado yo sola en aquel instante de
libertad.
Cada baño en el mar, cada paseo
en plena naturaleza, cada respiro al aire libre era nuevo, y estaban esperándome, así lo he creído.
Muchos han sido breves, pero qué mas da la duración cuando la emoción que has
sentido al experimentarlos te ha llenado por completo. Las ganas de más me llevarán en otro momento a una nueva búsqueda de lugares nuevos, de rincones especiales, de color y vida.
Hemos hecho alguna foto que duraba el mismo segundo que
te permitías quitarte veloz la mascarilla en una calle desierta, hemos regresado con
los nuestros, aunque fuera por un día o una hora, a veces segundos. Piensa en las
personas que aún esperan que llegue ese momento.
Aunque no nos tocáramos, aunque en
las conversaciones siempre se colaba el mismo tema, nunca
hemos dejado de creer en que esto tendrá un final.
Tras lo vivido este verano,
no puedo evitar pensar en
todo lo bueno que vendrá. Sea un truco ilusorio o no, a mi memoria acuden los recuerdos de esa bici y las puertas de colores de aquel pueblo precioso. Porque todo pasa y todo
llega, septiembre ya está aquí, tímido y
lleno de dudas, al mismo tiempo que parece que se precipita.