Regresábamos a Coín desde Málaga capital tras la cobertura de
la gala Reconocidas 2020, con un silencio sepulcral dentro del coche de la tele.
La radio está rota. Menudas ovaciones se han llevado las premiadas con sus
discursos sobre la importancia de que “la mujer trabajadora” deje de ser
noticia por serlo, y que los hombres también tengan un “reconocidos”.
Mi compi tan relajado que parecía dormido en el asiento del
copiloto y yo con millones de pensamientos rondando mi cabeza. Lo que me quedaba
por hacer en la redacción al llegar, si funcionaria la nueva lavadora o el
vecino de abajo volvería a sufrir goteras por nuestra culpa, qué iba a comer
después y qué prepararía de táper para mañana. Qué ganas tenía de retomar el
libro sobre el karma que dejé en la mesilla. Pensé que la salida de la autovía
era otra y menos mal que mi compi me avisó, estaba pendiente después de todo.
“Qué guapas las nubes”, me dijo. Miré un segundo y parecían
platillos volantes. “Son nubes lenticulares. Lenticular, de lente”. Agradecí
una conversación interesante. Dos horas antes habíamos estado haciendo una
encuesta por la calle para preguntar a los vecinos si estaban preocupados por
el coronavirus.
Ponía la tele y no se hablaba de otra cosa. En el trabajo. En
clase de pilates porque el monitor había venido de Italia y María, la dueña,
estaba preocupada por la clientela. Que, si fui al supermercado y el alcohol
desinfectante, que siempre llevo en el bolso y se había gastado, está agotado. Las mascarillas agotadas. La histeria agotada
también.
Nuevo caso en Málaga. Mi marido tose y mis suegros al
teléfono “Andaaaa que lo vas a pillar”. Hasta el gorro del coronavirus, como la
inmensa mayoría. Pues yo la semana que viene me piro a Suiza, que mi Mary me
está esperando. Y mi madre dudosa “Piensa lo del avión”. Pues eso, hasta el
gorro. Me quiero perder por aquel pueblo, Argovia, que tan buena pinta tiene en
las fotos de Google. Mi amigo Pedro contándome las ciudades que visitó con unos
amigos, los dos recorriendo el Google Maps con los dedos. Cuando el sábado le comenté
lo de Argovia me aclara “pero si no es un pueblo, es un Cantón”. Pero que a él
tampoco le sonaba de nada, lo había visto en el mapa. ¿Cuánto tardaría en
recorrer el Cantón entero?.
Y allí estaba yo en aquella cafetería de Motril, yo que no
entiendo ni papa de alemán y el inglés casi se me ha olvidado, imaginándome por
los Alpes dando brincos, aunque estén a miles de kilómetros de distancia. Qué comunicación
más rápida y bella es la imaginación. Eso, o que he visto demasiadas veces Sonrisas
y Lágrimas. Mi escena favorita es cuando canta Edelweiss toda la familia unida
en el salón, tocando la guitarra del capitán. La mayor de sus hijas acaba acompañándolo
a los coros y la cámara recoge un primer plano de la mirada enamorada de Christopher
Plummer hacia Julie Andrews. Es la escena que lo cambia todo.
“Yo antes me sabía todos los tipos de nubes. Éstas avisan de
la llegada de frío, otras de la lluvia…”. Las nubes lenticulares me devolvieron
a la realidad. Maravilla para mis oídos, con la sequía de conversaciones decentes
y que merezcan la pena.
Me encantó mirar un segundo esos dibujos abstractos del cielo
y no pensar en nada más. Me duró eso, un segundo, porque los pensamientos erre
que erre. Ya saldría adelante el trabajo, llegaría a casa y miraría en la
nevera a ver qué encontraba, los técnicos vendrían (si, durante la siesta, pero
vendrían) con la nueva lavadora y ya me disculparía con los vecinos por el
“hilillo” de agua constante que les ha ido cayendo estos días.
Me acuerdo del icono del WhatsApp de la chica con la mano en
la cabeza. Me encanta que lleve el jersey morado. Muy yo si además le pongo el pelo castaño. La voy
a borrar más a menudo antes de darle a "enviar". Las grandes conversaciones escasean
demasiado como para perder el tiempo llevándose las manos a la cabeza, los mejores
planes están por llegar porque si no cojo un avión me pierdo por España en
coche o me subo a un ferry.
Que me fliparon las nubes, recordar a Julie Andrews y las canciones
que salen de corazón. Dejar atrás por un segundo los pensamientos que no
conducen a nada. Nubes en la cabeza o en el cielo, el caso es que tenemos que
hacer un esfuerzo por tener mejores conversaciones, y dar de vez en cuando una
vuelta por el cielo para mirar en la distancia lo realmente importante, como
cuando Von Trapp se pone a cantar, se olvida de las estrictas reglas a las que
somete a sus hijos y cae en la cuenta de que está enamorado de María, pero sobre
todo, de que nunca tendría que haber desterrado la música de su vida.
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