La mesa se va de
viaje, como diría mamá. Encima de ella están los restos de la batalla. El libro
que he intentado leer, los apuntes que he intentado estudiar, el texto que he
intentado acabar. Pues será que no lo has intentado de verdad. De repente, la
taza humeante no me deja ver el desorden. Ahora, con un té calentito, puedo contarlo
serena y cómoda. Así se ve el mundo de otra manera. La guerra se ha evaporado. El miedo
no entra. Por fin tengo hambre. Qué fácil ha sido. Un té calentito y una
galleta de chocolate me han quitado todos los males. Respiro. Ya nada parece en ruinas.
El miedo esconde tus armas para
retarte, por eso, llegado el momento, no las encuentras. Arroja una bomba de humo. Te deja ciega e indefensa. Es terrible ese
“come come” que anda por el cuerpo cuando te pones nerviosa ante algo que viene. Que va a suceder y que asusta. Temes no ser valiente o no estar a la altura de ese rascacielos.
Hace unas horas, con las lanzas
en alto, me hubiera sido imposible pensar en esta calma. El monstruo no me
dejaba, todo el día apremiante y esperando al acecho en cada esquina del
pasillo. No sabía que el piso podía llegar a ser tan grande. ¿Cuántos
kilómetros habré hecho sin salir de aquí? Mi reloj ha perdido la cuenta de mis pasos buscando una salida entre tanta puerta.
¿De qué huimos cuando huimos? Que digo yo, para qué dejo entrar fantasmas en mi vida si me quiero y puedo con todo. Chicas, levantémonos en armas contra los temores. Perderíamos mucho tiempo valioso si nos acurrucáramos lamentándonos por algo que ni siquiera ha ocurrido. Qué manía con adelantar acontecimientos.
¿De qué huimos cuando huimos? Que digo yo, para qué dejo entrar fantasmas en mi vida si me quiero y puedo con todo. Chicas, levantémonos en armas contra los temores. Perderíamos mucho tiempo valioso si nos acurrucáramos lamentándonos por algo que ni siquiera ha ocurrido. Qué manía con adelantar acontecimientos.
Ahora me sale escribir, hace unas
horas me subía por las paredes con una agilidad que ríete tú de Spiderman. Qué
nervios más torpes entran. Por esa cita, esa entrevista de trabajo o examen,
esa revisión médica. Las horas previas a ese momento de pánico soy pura
marioneta del miedo. Si cuando acabe ese minuto terrorífico todo volverá a la
normalidad, por qué dejar que venza el desánimo.
Si permitimos que los nervios avancen quedamos vendidos. En Prime,
como puedes hacer por Amazon. Sin costes de envío y a velocidad del rayo. Abro la puerta y
ahí está el miedo. No sólo le he dejado
pasar sino que le he dado la bienvenida. He firmado hasta el recibí. Ya es el colmo. Entro en bucle. Me niego a
correr las cortinas. Si vuelve lo quiero tener de frente al cristal donde solo cuenta mi reflejo. Quiero
decirle: no pases. Ésta es mi fortaleza y aquí solo hay sitio para mí. Estás de más, chaval.
Del miedo brotan tentáculos
peligrosos. Ves sus raíces cuando te ocultas cual ermitaño para huir, aunque no
lo reconozcas. Notas hasta dónde llegan cuando pensabas que lo tenías todo controlado. Pero hay un regalo del miedo que no sabemos apreciar lo suficiente.
Te da la oportunidad de aprender algo nuevo de ti. Que eres capaz de cosas
que no imaginabas. Eso a lo que tienes que enfrentarte merece que seas
valiente.
Con la taza en la mano siento que estoy, por fin dejando estar la
vida, sin más. Enciendo el reproductor de música. “Quizás se caiga entero el universo, pero no tengas miedo”,
dice la canción. El miedo te rompe. Y a veces es preciso y sano que nos rompamos. Luego piensa que en el miedo, como en cualquier otro sentimiento, hay grietas. Puede entrar la
luz.
Sabes que, como dice Jan Serrano,
“Lo bueno de tocar fondo es que solo te queda subir”. Tenemos el ascensor, el interrumpor y el recibí como prueba. Y el rascacielos para mirar bien alto. Tantas plantas como sea necesario para llegar al cielo. Y no vale
con intentarlo. Los que te quieren te lo dicen. Que son las ganas. Que es la
actitud. Que lo que te atemoriza no puede ni debe ganar la partida.
“Las verdaderas batallas se libran en el interior”, Sócrates