Una frase me ha conquistado y
seguramente pensaré a menudo en ella ahora que la conozco: “La función química del humor
es cambiar el carácter de nuestros pensamientos”, lo dijo Lin Yutang. ¿Quién es? Yo
también me lo he preguntado. Falleció hace 42 años y escribió un libro que se
llama La importancia de vivir, un manual para conocernos a nosotros mismos.
Alguna vez, en la biblioteca, al escoger el libro que quiero leer y darme cuenta de que el último sello que tiene es de hace años me provoca felicidad saber que lo estoy sacando del olvido. Lo comparto en redes sociales o lo nombro en conversaciones, hay química en la fijación que sentimos por las cosas que nos gustan, igual que cuando nos enamoramos. Siento que me está pasando lo mismo ahora con Lin Yutang, descubriendo ese par de líneas que, de ponerlas en práctica, haría cambiar mucho nuestra vida. Cómo tomarnos bien una crítica, cómo ver como una ventaja una equivocación. Cómo afrontar lo que nos pasa con positividad.
Tenía doce o trece años cuando fuimos al
cine de verano a celebrar el cumple de uno de la pandilla (éramos como los de
verano azul pero sin bicicleta). Nos habían regalado una de esas bolsas en
forma de cono rellenas de chuches. Dejé la mía en la silla de al lado mientras veía
la película y, en un momento, los destellos de la secuencia iluminaron el sitio
donde las había dejado.
Estaba vacío.
Me quedé mirando aquella silla de
plástico un instante que me pareció eterno, creo que llegué a memorizarla. El
blanco iba cambiando de color según la pantalla y mi cara, a juego con ella, pasaba
del “tierra, trágame” al “me levanto y lio el pollo” en cuestión de milésimas
de segundo.
Se oían las risas a mi espalda, como en esas películas donde el eco
juega un papel crucial en una escena. Opté por no darme por enterada y dejar
que hicieran ese ruido constante con la bolsa, recreándose en ese espejismo de
diversión que nunca entendí.
Desde entonces, cuando voy al cine no
puedo evitar recordar la anécdota. De hecho, si dejo la chaqueta en el asiento
de al lado miro a menudo para comprobar que sigue ahí. No se lo digo a nadie, solo me
dedico a girar la cabeza de vez en cuando, con banda sonora y
todo. Creo que para que ahora me pasara lo mismo aquellos chicos tendrían que
ser Matt Bomer en Ladrón
de guante blanco. Que si lo piensas, tampoco estaría mal recrearse la vista.
A Ricardo le
hace gracia que le pida que vigile mi bolso cuando estamos en un
bar y tengo que irme al baño. Se ríe porque le recuerda a nuestra primera cita. Mientras me levanto y se lo digo espero a tener contacto visual fiable confirmando que me
ha entendido, como si fuésemos pareja también en una partida de rentoy y el segundo en que nos miramos fuese clave para ganar. Chicos, no intentéis entenderlo, es nuestro bolso, llevamos nuestra vida ahí dentro. Y sí, a veces necesitamos una silla extra para ponerlo, si no que se lo digan a la diseñadora Silvia Navarro que levantó una marca de éxito con esa frase.
A pesar de que sé que estoy dejando mis preciadas pertenencias a buen recaudo, siempre me marcho con un pellizco de duda y solo consigo que se disipe con el recuerdo divertido de la complicidad. Menos mal que la cola del baño te hace aterrizar de tus miedos y te da otras cosas en qué pensar: ¿Qué estarán haciendo ahí dentro para tardar tanto? Luego ves salir a tres chicas del habitáculo y todo cobra sentido.
A pesar de que sé que estoy dejando mis preciadas pertenencias a buen recaudo, siempre me marcho con un pellizco de duda y solo consigo que se disipe con el recuerdo divertido de la complicidad. Menos mal que la cola del baño te hace aterrizar de tus miedos y te da otras cosas en qué pensar: ¿Qué estarán haciendo ahí dentro para tardar tanto? Luego ves salir a tres chicas del habitáculo y todo cobra sentido.
Con tanta química merodeando, la del amor, la del odio (me viene a la mente La química del odio, próximo libro de Carme Chaparro) y resulta que también la del humor, estamos constantemente inmersos en un proceso de reacción. "Sé bien qué es vivir, no hay tiempo para odiar a nadie", dice la canción de Estopa y Rozalén.
En el instituto nos enseñaron que la química está en todas partes y no nos lo tomamos en serio en aquel momento. Dejemos de cocinar sin la receta del sentido del humor.
No hay tiempo para odiar así que cambia el carácter de tus pensamientos. Espero que al escritor y a los músicos no les importe que fusione sus mensajes, que extraiga el alma de lo que soñaron mientras creaban, por mi parte, me habéis hecho darme cuenta que la química de vivir es la que no deja tiempo para el odio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario