Sigo siendo amiga de la ilusión. La misma de la niña que un día fui. Se ha tenido que
acostumbrar a los cambios de mi vida pero cada vez se hace más fuerte. Igual
que mi memoria al recordar nombres de personas importantes, familia, amigos de
verdad. Que ellos me mencionen en sus vidas es el mayor regalo para mí y esta soledad
sana y necesaria. Y lo siento así, en este juego que es el tiempo, en la
realidad que se aloja bajo el sol con sus rayos amarillos, calientes,
acogedores.
Era una niña cuando mi padre me regaló unos patines blancos con ruedas rojas
tallas más grandes “para que me duraran mucho tiempo”. Hoy me quedan bien, y me
regocijo en su sabiduría. ¿Qué pensabas, papá, cuando los elegiste en la tienda?.
Verme dar vueltas y vueltas con ellos, tantas horas en la cochera de casa, tuvo
que ser importante para ti. Cuando regalas algo valioso lo ves en los ojos de
la persona a la que se lo entregas. Ver esa luz debe ser la razón de que
prefieras regalar a que te regalen.
Apenas compro decoración en casa para seguir alimentándome de esos nombres.
Al despertar miro la foto de mi hermana y yo en la mesilla de noche o esa en la
que mi hermano y yo estamos sentados en los escalones de nuestra antigua casa,
preguntándome quién vivió con nosotros aquel instante detrás del objetivo. Existen
almas invisibles envueltas en un misterio inequívoco de añoranza. Creo que solo
compré la lámpara que las acompaña para poder verlas y leer junto a ellas en la
noche.
Compartimos casa con muchas personas a la vez gracias al corazón de los
objetos. Y así, te llenan un bote con dientes de león o te regalan un vestido
de estrellas que retan a las del mismo cielo mientras duerme a tu lado dentro
del armario.
¿Quiénes eran esos amigos imaginarios de aquella clase que montabas de
pequeña frente a la pizarra que te habían traído los Reyes Magos?. ¿Para
quiénes cocinabas en aquella cocina rosa que tenía un grifo blanco por el que
salía agua de verdad?. Qué te llama la atención cuando eres pequeño, me
pregunto al ver a mi sobrino de dos años mover con esa precisión las manos
apretando un tornillo de mentira o rizando así los espaguetis. ¿Qué te motiva
de pequeña a poner un elástico en dos sillas para saltarlo cantando canciones?.
Jugué con diez años a ser vendedora de zapatos o maestra. Me bajaba de casa
las cajas vacías de mi madre y montaba una tienda en un periquete. Pero un día
en clase me hicieron escribir un poema. Y ya no quise tener una tienda ni una
clase llena de niños. Eso es lo que recuerdo. El poema a mi abuela, los libros
de mis hermanos, la música de los discos que grababan, la ciudad que
construimos con las enciclopedias con las que antes habíamos hecho los deberes.
Echo de menos a veces esa sensación de felicidad máxima sobre aquellos
patines. Echo de menos ser capaz de escribir un poema. La ilusión me recuerda por
qué apuesto cada día por seguir atada a quién soy sobre mi teclado. Y sucede en
esta habitación llena de almas en papel fotográfico colocadas en la estantería.
La ilusión tiene memoria, la siento en la piel. Igual que se siente el abrazo
de una madre o su preocupación por que te tapes la boca con la bufanda un día
de frío. Sales a la calle y reconoces que tenía razón.
"No existe nadie que sea como vosotros, que se preocupe por mi, que me quiera sin desear nada a cambio.
Que me llene, que me quiera que me eduque, que quiera escuchar mi voz y yo necesite escuchar la suya"
Lo que te diré cuando te vuelva a ver,
Albert Espinosa