Rebobinar. Contar con
la posibilidad de irte hacia delante o hacia atrás desafiando la importancia
de un instante que ya se fue.
Y coges los momentos con la mano, como agarrarías algo para pedir un deseo, con esa fuerza que te viene de algún lugar que no sabes localizar. Quién sabe, por pedir ese deseo no va a pasar nada, sino todo. Algo. Que se cumpla. Lo único. Ojalá fuera lo único para todo. Que brotara ese ímpetu con su varita mágica. El deseo que golpea en la mesa haciendo que el resto se calle o que, de una palmada, su alrededor se ilumine.
Y coges los momentos con la mano, como agarrarías algo para pedir un deseo, con esa fuerza que te viene de algún lugar que no sabes localizar. Quién sabe, por pedir ese deseo no va a pasar nada, sino todo. Algo. Que se cumpla. Lo único. Ojalá fuera lo único para todo. Que brotara ese ímpetu con su varita mágica. El deseo que golpea en la mesa haciendo que el resto se calle o que, de una palmada, su alrededor se ilumine.
Mi abuela María me coge
en brazos. Venía acelerada después de
recorrer toda la terraza del restaurante jugando mientras ella me llamaba para
que no me alejara de su lado. Es uno de los tantos momentos que hemos rescatado
de la memoria gracias a los VHS de la familia. Este en concreto, de la
comunión de mi hermano mayor, es al que más cariño le tengo. El abrazo de
mi abuela es ese instante que rebobino una y otra vez para que la cinta me
enseñe de nuevo su cara, la que es imposible que recuerde de otra manera. Solo
tenía dos años. La veo y pido tantos deseos a la vez que el ímpetu no da
abasto. Y todo se ilumina frente a mis ojos vidriosos.
Hacía mucho que aquella
película con carátula negra dormía junto a los demás VHS de casa en una caja en
el trastero. La Bella y La Bestia, El último Mohicano o Por siempre jamás, y,
entre esas grandes pelis originales se mezclaban los videos caseros de la familia López. Y así
apareció la estampita de la comunión de mi hermano, con cara de niño bueno y
ojos inquietos, vestido con su corbata y chaleco en la portada de la cinta. Ésa
que me da tantas oportunidades para un solo instante. Rebobino el instante.
La tentación era
demasiado grande, muchas cintas e innumerables referencias a todos los videos
que recordaban haber grabado mis hermanos en sus pequeñas aventuras cuando se
quedaban solos en casa. ¿En cuál estarían almacenados todos esos momentos?
Habría que verlas todas para situar cada recuerdo en las grabaciones. Una
delicia de trabajo que, por cierto, aún no ha terminado. Igual cogíamos una al azar y había suerte sin tener que esperar demasiado.
Un día mi hermana María
apareció con unas cuantas cintas que había cogido de la caja. Hacía ya tiempo
que la de la comunión de mi hermano (fácilmente reconocible por su carátula)
podíamos verla en DVD gracias a que fuimos a un establecimiento especializado
para convertirla a ese formato. Al verla enseñarme la fila de VHS que había seleccionado de la caja se despertó de nuevo aquella
curiosidad de la que os hablaba y bajé a buscar el reproductor de vídeo. Le
quité el polvo y crucé los dedos al enchufarlo, no estábamos seguros
si funcionaría. Pero el vídeo reaccionó perfectamente y la cinta comenzó a
andar. Esa y las que las siguieron.
La casualidad hizo que uno
de los protagonistas de la cinta entrara por la puerta cuando la reproducción
analógica se puso en marcha y el contenido apareciera en la televisión de la cocina. Justamente, su yo adolescente acababa de venir con la
bici y entraba al salón donde yo, en plena edad del pavo y mi hermana con cinco
años estábamos con mi padre en el salón de nuestra antigua casa. Él hablaba con
mi madre y decía a la cámara “cuando veamos esto dentro de diez años…” (Risas).
“¡y de veinte!” (Grita su yo de ahora
frente al televisor).
Así se nos fue la
tarde, viéndonos veinte años atrás en el que fuera nuestro hogar, donde vivimos
los cuatro hermanos tantos años de vivencias irrepetibles. Recuerdo que yo
pasaba horas y horas dando vueltas por la cochera, con la bici o con los
patines. Y así me vi con mi hermano en el vídeo, los dos con nuestras bicicletas una y
otra vez sin darnos cuenta que nuestro hermano mayor nos filmaba a través de la
puerta entornada. Nunca pensé que ese recuerdo pudiera estar
grabado. Después, jugando al elástico, o cantando y bailando. El mayor grababa,
el otro tocaba el teclado y yo luciendo mis gafas y el vestido caprichoso que
recuerdo haberle pedido desesperadamente a mi madre en una tienda hasta hacerle
sentir apuro frente a la dependienta. Y oigo otra vez a mi madre contar la
anécdota y me sorprendo visualizando claramente el momento.
Esas películas no solo
tienen valor por el tiempo transcurrido. Ahora todo lo grabamos, el móvil nos
avisa a menudo del poco almacenamiento que le queda debido a tantas fotos y
vídeos que compartimos con los demás. Ahora
es tan normal el acto de grabar. Pero por aquel entonces cogíamos la enorme
cámara de casa, la enchufábamos a
la tele y nos sorprendíamos viéndonos en pantalla. Y jugábamos a ser
presentadores y nos reíamos de nosotros mismos por ese gran descubrimiento.
En el boom de “Caiga quien Caiga”, os
acordaréis de ese programa de televisión. Mi hermano mayor enfundado en camisa
blanca y corbata negra hizo de reportero por nuestra antigua casa mostrándonos
de manera cómica cada una de las estancias. Nunca podría enumerar la de veces que
hemos recordado ese momento, sobre todo en Navidad cuando veíamos a Martes y Trece y sus sketches. Durante la grabación, de pronto sonó el timbre de
casa y mis hermanos tuvieron que cortar
rápidamente la grabación, no sin antes mostrar cómo Enrique se quitaba
rápidamente la corbata frente al espejo mientras que gritaba “¡ya vaaaaa!”. Y
ahora, muchos años después, podemos ver de nuevo aquella casa cuyas
habitaciones permanecen intactas en la memoria, gracias a ellos y ese momento de gloria.
Y así también podemos ver ahora de nuevo
aquella otra casa, la primera, donde nacimos sin saber que una hermana más
completaría la foto familiar años después. "Paqui, haz algo" me decían. Y yo empezaba a hacer el tonto moviendo la cabeza. Y vi mi cuarto, el patio, nuestro perro Buyo, el salón. Todo tal y como lo recordábamos.
Y, de nuevo la noche del día siguiente estuvimos hasta las
tantas de la madrugada mi hermana, mi madre y yo reproduciendo los VHS de
nuestras comuniones y bautizos señalando instantes una y otra vez con nuestros
dedos en la pantalla. Viendo a nuestros abuelos, titos y primos mucho más jóvenes
cogiéndonos en brazos gracias a que otros familiares grabaron esos días
repletos de emociones.
En 2016 los medios se
hacían eco del que calificaron como “el adiós definitivo al VHS”. Funai
Electronics era
la única empresa del mundo que continuaba hasta ese entonces produciendo estos
dispositivos (los comercializaba desde 1983, un año antes de que yo naciera). Años
y años de historia de una forma de grabar y reproducir, la analógica, que tuvo
que sucumbir a la generalización de los discos ópticos y otros
sistemas digitales haciendo que otro de los gigantes nipones como Panasonic dejaran de
fabricarlos. Ahora resulta que el VHS nunca se fue del todo en casa de los López, no gracias a que el reproductor sigue en marcha y a la caja de cintas que espera impaciente.
Y yo, que he trabajado
como reportera, resulta que tenía dentro de esa caja toda una
generación de “artistas” improvisados que se enfundaron en sus trajes de
inocencia sin saber cuánto significaría para mí verlos en el futuro. Caprichos
del destino que encierran la verdad de toda una familia. De cariño infinito,
escenas tiernas y risas sin fin en el universo de unos hermanos que, a día de
hoy, siguen reuniéndose y engrosando recuerdos para la posteridad.
Y ahora son mis
sobrinos los que acaparan los flashes,
quién les iba a decir a esos pequeños gigantes que tendrían el honor de
convertirse en padres de esos pequeñines que ahora pintan la casa de alegrías. Es una de tantas reflexiones que tuve viendo esos vídeos y pensando en todo lo
que ocurrió después. Ordenando recuerdos hasta que todo encaja en ese universo
nuestro tan particular.
Y mucho más recuperando por fin esos
momentos que ya habías olvidado sin querer o que ni siquiera recordabas haber vivido.
Cosas que tan siquiera sabías que habían pasado y que hayas grabadas en alguna de las películas de tu vida. Verlas
en familia ha sido una de las grandes cosas que me han pasado este verano. Mi
hermano trajo a su hijo a casa aquel día y no se esperaba entrar y vernos pegadas a la
pantalla para investigar qué había en las cintas. Casualidades que entran por la puerta. Sin ti la proyección no hubiera sido tan
especial. Solo ansío volver a poner en marcha el reproductor cuando volvamos a reencontrarnos los cuatro frente al televisor. Así ninguno de nuestros "yo" presentes faltaremos reviviendo escenas cuyo valor para nosotros es incalculable.
Los instantes nunca se marchan del todo porque resultan irremediablemente inmortalizados en los corazones que
forman parte de tu vida, simplemente porque ayudaron a construirla. No hubiera sido quien soy si
no hubiera sido por mis hermanos. Y cada vez que veo los vídeos lo tengo más claro. Todas esas escenas serán siempre
motivo de alegría, motor para continuar. La inocencia fabricada de indescriptible magia.
Y así, inocentes
seguimos viviendo la vida. Los años siguen sin pasar para nosotros porque siempre
seremos en parte aquellos cuatro niños que crecieron queriéndose como se
quieren. Y no hace falta decir nada más cuando los recuerdos de una familia
hablan por sí solos. Y resulta que sí existía la felicidad.
Mi hermana María en su bautizo. Yo tenía siete años. Era 1991
Pocos años después de aquel Caiga quien Caiga en casa fuimos de vacaciones a Las lagunas de Ruidera. Falta mi padre que estaba haciendo la foto
En 2014 recreamos una foto de nuestra infancia.
Ambas son en la misma playa, en Salobreña
"Lo que uno ama en la infancia se queda en el corazón para siempre"
Jean-Jacques Rousseau
Admiro y me encanta la nostalgia y el mimo con el que tratas tus recuerdos.
ResponderEliminarSiempre pensé que los momentos de la infancia son un gran vínculo de unión sin embargo en ocasiones lamentablemente la realidad no siempre es así. Sigue escribiendo. ;)