Abro al azar la página de un
libro. Estaba por casualidad en la mesa de mi nuevo escritorio, ese olvidado en
la parte de arriba de casa que he decidido establecer como mesa de trabajo. Leo
el párrafo por el que se decanta mi mirada. Es un gesto rápido, de
improvisación divertida.
Un día me hablaron de esta
costumbre y me pareció encantadora. Se trataba de coger un libro cualquiera,
abrir una de sus páginas y leer lo primero que te surgiera delante de tus ojos.
La persona que me lo dijo me habló de ponerlo en práctica en aquellos momentos
en los que necesitaras aclarar algo de tu vida o buscar respuestas. Decía que
había algo mágico en descubrir lo que un libro podía contarte.
Al sentarme en mi nuevo espacio,
lleno de luz y creaciones, frente al paisaje de rojizos tejados y la línea del
mar separando los azules del cielo y la costa, recordé aquellas palabras nada
más encontrar sobre la mesa por casualidad La casa de
los espíritus de Isabel Allende. Hace tiempo que veo este
libro rondando la antigua habitación de mi hermano. Imagino que él tenía
planeado leerlo en algún momento y por ello lo sacó de la estantería de la
buhardilla. Quizá lo leyó ya y olvidó colocarlo de nuevo entre los demás. Quizá
sea una señal, ya que siempre he tenido pendiente su lectura. Me encanta creer
que hay algo mágico en las casualidades. Cualquiera de estas posibilidades me
sirve porque todas ellas me han regalado una nueva historia.
Las líneas escogidas al azar
decían así:
“Tuvo que repetirlo, porque Jaime se quedó inmóvil, en la misma actitud huraña que siempre tenía, sin que ni un solo gesto delatara que lo había oído. Pero por dentro la frustración estaba ahogándolo. En silencio llamaba a Amanda por su nombre, aferrándose a la dulce resonancia de esa palabra para mantener el control. Era tanta su necesidad de tener viva la ilusión, que llegó a convencerse de que Amanda sostenía con Nicolás un amor infantil, una relación limitada a paseos inocentes tomados de la mano, a discusiones alrededor de una botella de ajenjo, a los pocos besos fugaces que él había sorprendido”
Sin conocer la trama, de momento
te ves inmerso en una historia en apenas
unas líneas. No sabes quienes son Jaime, Amanda ni Nicolás, pero ya te atrapan
sus pensamientos y emociones. Intuyes el inmenso amor del introvertido Jaime
hacia Amanda, probablemente desconocedora de tales sentimientos. Una mujer
unida en cierta manera a Nicolás, con quien mantiene una relación que Jaime se
niega a asumir, llevado por la ilusión encendida de alcanzar el amor de Amanda
algún día.
Termino el párrafo y lo imagino
todo sin importarme si he acertado o no en mis apreciaciones, sólo sorprendida
y feliz de todo lo que encierra el instante con el que ese libro me ha
obsequiado. He leído una historia de diez líneas y me ha atrapado. Y sin
controlarla, la curiosidad por saber qué ha llevado a esos personajes a ese
momento clave y qué les deparará en el futuro me corroe. Es la prueba de que
con toda seguridad el libro me hechizará.
La página 245 de La casa de los espíritus no ha
respondido a ninguna inquietud que me rondaba la cabeza. No ha solucionado
ninguno de mis problemas ni ha solventado alguna situación complicada de mi
vida. Tampoco me ha ayudado a tomar una decisión sobre algún tema que me
preocupa. Estas líneas han despertado algo apagado, han movido algo en mi
interior, han alimentado mi imaginación y me han contado una historia que se vive
dentro de otra mucho mayor aún por descubrir. Ahora entiendo lo cósmico de este
juego de libros, peatón de esta calle de letras y sabores dulces. La lectura
debería ser asignatura obligada y todos nosotros alumnos de una vida con tiempo
para dedicarte a estos párrafos que la suerte nos depara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario