Nunca somos iguales ni nos
comportamos igual. Rozamos un estado obsesivo ante el espejo cuando un día, sin
razón aparente, no nos vemos bien con esa blusa que tanto nos gustaba o nuestro
reflejo nos muestra más guapos o feos de lo que recordábamos el día anterior.
Hay noches en las que soñamos más que otras, periodos de tiempo en los que
leemos más o salimos más con los amigos. Muchas veces dejamos para otro día
quehaceres cotidianos, como la limpieza o la plancha, sin ninguna excusa y hay
momentos en los que decidimos adelantar planes o posponer deberes. En numerosas
ocasiones nos movemos por impulsos esporádicos, el buen o mal tiempo nos hace
estar contentos o tristes, y no siempre respectivamente, o simplemente, hacemos caso al corazón o a la razón,
según el humor con el que nos tomemos los acontecimientos en un momento determinado.
En realidad somos veletas que
buscan el sol para sentirse plenos, el agua para limpiar nuestras conciencias y
zambullirnos en la felicidad, somos el mar incansable que constantemente roza
el horizonte sin saber con certeza qué tierra rodeará nuestros destinos. Somos
la vela que, cuando se apaga, ansía la luz que vuelva a darle la vida, por eso
cuando vemos una sonrisa amiga que nos brinda alegría nos apegamos tanto a su
cariño que sufrimos con tan solo pensar que algo pueda separarnos. Por eso se dice
que el ser humano es auténtico, por la manera cambiante que rige su personalidad
y aquellas circunstancias que le rodean. Por eso es tan importante la confianza en uno mismo que ciertas veces nos puede fallar debido a nuestras imperfecciones y miedos.
Hasta hoy no había podido ponerle
nombre a todas estas perspectivas que moldean nuestra forma de ser. Se llama
caos, y es eso lo que defiende el escritor Albert Espinosa.
Siempre había identificado el
caos con una situación puntual que podía darse en el trabajo o en nuestra
propia habitación invadida por el desorden, pero nunca me había parado a pensar
hasta qué punto el caos puede condicionar nuestras vidas. Hasta que no me lea
el libro no podré ver con qué historia me vuelve a sorprender Espinosa, y he de
reconocer que ya estoy intrigada. Me he aficionado mucho a sus libros (la cita
de arriba corresponde a su última obra: El mundo azul. Ama tu caos). Poco a
poco voy comprándome todos sus best sellers, desde que descubrí Brújulas que
buscan sonrisas perdidas.
El autor conecta con tu fuero
interno, te fascinas con sus ocurrencias llenas de magia y, sobre todo, te hace
ver el lado especial que tienen las cosas que ves cada día y en las que apenas
reparas. ¿Qué significan las cosas que guardas en tu mesita de noche?, ¿Cuales
son las pequeñas señales que te unen a tu familia?, ¿Qué te puede hacer
abandonar todo en busca de una buena causa?. Y, así una a una, se podrían
formular decenas de preguntas que Espinosa responde entre “cosquilleos en el
pulmón” que te vas encontrando en una vida que es un” ir y venir de girar pomos”.
Nuestro caos explosiona durante nuestras crisis personales, esas
que parecen destruir nuestro mundo y que luego nos hace resurgir y darnos
cuenta de dónde nos encontramos y dónde queremos estar en el futuro. Ellas aparecen
en nuestra vida para tambalear aquello que hacía tan solo unos días veíamos
cristalino. Son tan necesarias, significativas, esclarecedoras y fuertes que, por el miedo al fracaso, sufren el peligro de verse acorraladas. Y, de repente,
te enfrentas al torbellino de todos los sentimientos que esa crisis despierta,
sin abandonar los fieles pasos de tu camino, y tras tirarte a la piscina (porque no te queda más remedio) abres los ojos por fin al
triunfo de haberla superado.
En este día caluroso de verano (a
pesar de ser marzo), en estas noches atrás de insomnio (y las que quedarán) a pesar de estar
cansada, en esas mañanas que rebosan emails con destinatarios que se mantienen invisibles, de peligrosas
incertidumbres disimuladas con sonrisas y de cánticos interiores que me asustan
en la noche apresurada, no entendía por qué mi caos seguía conmigo cuando le había dicho que se marchara. Ahora sé que mi caos es el pellizco que me hace bajar a la superficie para seguir buscando casualidades. Yo pensaba que era mi enemigo, y resulta que es mi esperanza.