El tiempo es ese gigante agotable
e intenso que administramos demasiado a menudo como si fuera un rompecabezas, donde las piezas deben encajar para que todo salga bien. Es por eso que me
encanta ese “y lo que surja” que utilizo a veces. Significa que
vas a hacer del tiempo algo ilimitado y sorprendente, y que vas a llenarlo de
momentos que nunca sabes qué te depararán o de lugares que quizás no sabías que
ibas a visitar. Y, en ocasiones, no me importa el desorden y el caos si me dejo llevar por una emoción.
Pero hay hechos ante los que no podemos luchar, y es por eso que, en ciertos momentos muy
concretos, lamento lo efímero del tiempo. Algo que, por otra parte, lo hace único y especial. Cuando el tiempo consigue
explosionar el mundo para hacerme necesitar hacer algo muy intensamente es cuando llego a ser consciente del alcance de su poder. Y,
así, bien podría delatarme contándoos que muchas noches necesitaría parar el
tiempo y luchar con el sueño que trae la oscuridad.
Alargaría la noche sin dudarlo,
porque suele ser ese tiempo en el que mi cabeza caprichosa me guía en busca de
un papel, deprisa y sin control por miedo a perder el hilo de las palabras. Ojalá no tuviera que dormir para redimir el
cansancio, ni tuviera que abandonar esas frases en el limbo de la noche, que
injustamente va acabando. Ojalá no tuviera que decir adiós desde mi cama, para
empezar a esperar un nuevo anochecer.
La noche siempre ha sido mi
segunda vida. Ella, cada vez, es una nueva esperanza. Esa esperanza que nace con cada sol y nunca
muere, sino que se reinventa y sólo duerme con el propósito de crecer alta. Es
esa que ríe en nuestras manos cuando la pena, de tan corta, ya no anda, ni
sobrevive, ni se nutre más de nuestra alma. La esperanza, la fe, la libertad de
la imagen que abrazas, la belleza de una aspiración anhelada, la que quiero
acechar cada instante para que me deje volar en sus alas. Solo ella y yo, solo
ese sueño que irradia, el que arde en la noche, el que prende mi pluma, solo
para seguir creyendo en su magia.
Y es en cada madrugada, ávida de
todas las emociones que la persiguen y acompañan, cuando surge todo lo que me
cambia. Ya dejo de ser alguien en el mundo para ser cualquier cosa, para sentir
cada palabra que acude a mí y que dirige mi puño en busca de cada papel en
blanco. Lo capturo apresurada, ignorando el desorden de la habitación o la luz
atenuada. Necesito escribir lo que me llega en ese instante, el mismo en el que
corro el peligro de que todo quede en nada. Y ya sabéis que, a pesar de ser nada, a veces lo
es todo. Luego, espiral de mis ojos cayendo, los que solo se rinden a cambio de
tener más momentos nocturnos de letras y poesía. Y para dormir, debo hacer un esfuerzo lleno de
rabia, de sabores agridulces que, sin embargo, me saben a gloria y dejan ganar
a mi cuerpo, que se relaja.
Esta noche lo infinito tiende a
brillar, porque aunque mis ojos se tornen más y más, y caigan finalmente en la
batalla, el amanecer sabrá conservar el poder de la noche pasada. Y con el paso
de las horas resucitará rodeada de estrellas.
Y las palabras que recogen una
madrugada, son aún más poderosas al amanecer. Si a plena luz intentase
igualarlas o continuarlas sería como intentar alcanzar un imposible, aunque a
veces piense que éstos no existen.
La noche tiene algo misterioso. A
lo mejor soy como un hombre lobo, que se sumerge en la luna llena al tiempo que
le reclama su libertad. Encerrado en una espiral de magnetismo que lo atrapa y
lo atrae para sí. Esa es su cárcel y a la vez su salvación.
Escribo casi siempre de noche,
como si ella misma me obligara antes de dormir. Y sucumbo porque es para mí más
fuerte que el respirar. Son mis compases de medianoche. Lo más bello que tengo,
mi esencia entera.
No quiero que lo leas sin entenderlo.
Ésta soy yo y la noche que me espera.
Veloz pero intensa.
No soy nadie sin ella.
Ella es la magia y la hoguera.
Ésta soy yo y la noche que me espera.
Veloz pero intensa.
No soy nadie sin ella.
Ella es la magia y la hoguera.
Dulces sueños que nos traerán la
felicidad verdadera.
La mía, cada noche me espera.
La mía, cada noche me espera.
"Si quiere cenar conmigo cuando las luciérnagas estén volando, venga esta noche cuando haya acabado, a cualquier hora"(Francesca a Robert en Los Puentes de Madison)
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