Aún recuerdo tus piernecitas llenas de rosquillas dentro de
tu bañera rosa, chapoteando en el agua de la piscina que te llenábamos siempre en
la playa, y tus pies blanquitos probando el tacto de la arena. Esos grandes
ojos que no querían perder detalle de todo y esa sonrisa que hacía iluminar una
vida entera. Yo, con 8 años me quedaba mirándote embobada cómo inventabas tus
primeros juegos, cogiendo tu pie y metiéndotelo en la boca, o lo bien que te lo
pasabas en tu parque junto a tus juguetes, o en el tacatá dando tus primeros
pasos.
Motril y Salobreña comenzaban a ser para nosotras nuestros
dos grandes hogares, donde hemos pasado toda la vida. En el invierno, al calor
de la chimenea junto a la que me enteré que ya llegabas al mundo, en aquella
casa donde crecimos y cuyos sabores y olores aun guardamos con cariño en
nuestra memoria. En verano, bajo la toldilla a rayas que papá preparaba desde bien temprano, para
organizar cada domingo aquellas míticas barbacoas en familia. Cuando salíamos de
la sombra, el cálido sol nos quemaba las plantas de los pies al menor
descuido.
Mientras nuestros hermanos alcanzaban la pubertad, nosotras
íbamos poco a poco construyendo momentos de juego y risas. Por las noches,
recuerdo que me encantaba leerte cuentos en la cama, en esa habitación que
compartíamos. Mamá te compró una cama igual a la mía en cuanto ya fuiste
grandecita para dormir sin el amparo de unos padres a los que adoramos. Y, así,
durante años, compartimos armario y ropa, sueños y fantasías y, por supuesto
una vida llena de detalles cómplices, un lenguaje que solo tú y yo conocemos.
Nos encantaban las barbies, pero aún más nos gustaba
vestirlas y cambiarles de ropa. Los retales de tela que ya a mamá no le servían,
significaban un mundo para nosotras. Junto a su máquina de coser, ella nos iba
guardando diferentes tejidos, algunos lisos, otros estampados. Los recogíamos y
empezaba a volar nuestra imaginación, y así, íbamos confeccionando los
vestidos, faldas y chaquetas de nuestras muñecas. Luego también nos dió por
dibujar nuestros propios diseños en cuadernos. Más tarde, te
regalaron “Diseña la moda”, ese juego que te permitía hacer montajes entre
muñecas y piezas de ropa. Y es que siempre nos ha encantado la moda, y más
teniendo una gran costurera en la familia.
Ya en nuestra nueva casa, nuestras camas se separaron, pero nuestras vidas continuaron yendo de la mano. Cada una puso su habitación a su gusto, cada una creó su propio espacio, su propia vida. Mientras tú traías a casa las batallitas de tus últimos años de instituto, yo ya combatía por una oportunidad en el mercado laboral. Y así, año tras año, nuestras vivencias, iban siendo compartidas. Cada día, sin darnos cuenta, tratamos de encajar siete años de diferencia en nuestras conversaciones, experiencias, consejos, proyectos, ideas y opiniones.
Ahora, estoy disfrutando viendo cómo te conviertes en una mujer trabajadora y madura. No solo no has parado hasta estudiar lo que te gusta, sino que siempre intentas lograr algo más, nunca te conformas.
Ahora, te escribo esto porque estás viviendo en unos tiempos complicados, en los que conseguir encauzar un camino, empezar un proyecto de vida o enfilar tu futuro hacia tus sueños, lleva consigo mucho trabajo, sacrificio y dedicación, y más ahora, y más sabiendo cómo eres tú, cómo somos, cuanto trabajo nos cuesta lograr una nota, alcanzar una deseo.
Ahora, te escribo esto porque estás viviendo en unos tiempos complicados, en los que conseguir encauzar un camino, empezar un proyecto de vida o enfilar tu futuro hacia tus sueños, lleva consigo mucho trabajo, sacrificio y dedicación, y más ahora, y más sabiendo cómo eres tú, cómo somos, cuanto trabajo nos cuesta lograr una nota, alcanzar una deseo.
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