Los paseos me permiten escapar de esa sensación de ahogo, monotonía y apatía en la que esta situación nos tiene inmersos. Por los mensajes que recibo de varios amigos, el sentimiento es generalizado.“Toda la semana igual.
Esto parece el día de la marmota”. “Cansada de estar solos en casa”. “Lo más emocionante que hacemos es ir al supermercado”. Cada vez tengo más claro que hay que mantener la cabeza ocupada con actividades que nos enriquezcan y a la vez saber encontrar esos ratos para relajarnos y disfrutar con lo que nos guste hacer.
Si lo piensas, cada día hay instantes que nos acercan a esas personas que éramos antes del distanciamiento social. Esa carcajada repentina, la música que, de repente, nos devuelve a aquel concierto insuperable, compartir anécdotas con los demás (compartir, en general) o planear desde ya todo lo que haremos en cuanto podamos estar juntos.
Nunca había pasado tanto tiempo mirando fotografías, con ellas resurgen las emociones. Y nunca había tenido tantas ganas de sumar nuevos recuerdos, sencillamente porque antes se iban creando sin más y los dábamos por hechos.
Llevar un mes sin ver a ese alguien especial, en el mejor de los casos, ya nos parece una eternidad. Tenemos localizados lugares bonitos a los que llevarle, deseamos poder organizar cenas en casa, salir como antes, tomarnos ese café con el amigo que está lejos. Estamos sedientos de encuentros, charlas sanadoras, risas reconocibles, miradas donde nos encontramos a salvo.
Quiero pensar que todo está
a punto de suceder. Todo eso que queremos que pase. Debo pensarlo para no perder la cordura. Estamos ansiosos, como un atleta en la pista, en posición, esperando
el pistoletazo de salida. No me cuesta imaginar que ya hemos comprado el
billete de avión y nos disponemos a pasar por el control del aeropuerto o que
estamos entrando en la recepción del hotel y podremos ver pronto la habitación que nos ha tocado. Sería capaz de irme con lo puesto e improvisar cualquier destino. Escogerlo al azar delante de los paneles de vuelos de un aeropuerto.
Pero ¿sabéis?, a día de hoy solo necesitaría unas pizzas en medio de una gran mesa con mis hermanos y mis padres reunidos. Un desayuno con mi madre y mi hermana por el centro o un atardecer y un café con amigos. Lo más sencillo del mundo, lo que antes era tan fácil. Eso es lo que más echo de menos.
Los fines de semana son especialmente esclarecedores. Cada domingo me visualizo en casa de mis padres, poniendo la mesa para la gran comida familiar, mientras mis sobrinos me dan tirones en la ropa pidiéndome que juegue
con ellos. No hay domingo en que no lo imagine.
Otros días, creo
también sentir el meneo del coche, transitando por las curvas de una
sierra perdida,
camino a esa casa rural que la pandilla de amigos de
siempre hemos alquilado. Llevo todo el invierno soñando con esa chimenea imaginaria, sé qué aspecto
tiene.
Sí, ahora mismo me encuentro al borde de todas esas experiencias porque así necesito creerlo. Porque siento ese abrazo que todavía no he dado, como si hubiese sido real gracias a que cada vez que abrazaba cerraba los ojos memorizando la sensación. Sensación que vuelve una y otra vez y que no me abandona. Es la gasolina para estos días.
Algunos comparten en redes sociales el número de semanas que faltan para el verano, como si fuese la fecha elegida, ¡Y parecen tan pocas!. Se han molestado en contarlas porque tienen tiempo y les puede esa ansia de la que hablaba. Normal. ¿Para entonces habrá pasado todo? Preguntaría alguien que no está en sintonía con lo que digo por aquí. Y yo le haría callar con un fuerte -Shhhh, y le rogaría, por favor, -No me fastidies este momento. Estoy en el aeropuerto, frente a la gran pantalla con mi mochila, y acabo de decidir a dónde voy a irme.
"Viajar también es encontrarse una tarjeta de embarque como marcapáginas en un libro o el ticket de un museo en el bolsillo del abrigo" Javier Aznar